Imaginen que un ingeniero informático se ofrece amablemente a visitar su casa y mostrarles todas las vulnerabilidades de su red doméstica de ordenadores. Por aquí puede colarse un virus, por aquí este otro, ojo con este tipo de emails que pueden ser phising, estos son los ajustes de privacidad más seguros para usar las redes sociales, etc… ¿Le llamarían hacker y le echarían de su casa? ¿O comprarían el antivirus que este señor les recomendara?
Jordi Évole aterrizó el domingo en el hogar de 5,2 millones de españoles y les mostró las vulnerabilidades del sistema. Pero de otro sistema, el de los medios de comunicación. Como consecuencia, muchas de estas personas se sienten engañadas, estafadas, indignadas. Consideran que la carrera periodística de Évole ha terminado o debería terminar. Le espetan que quién se ha creído él para compararse con Orson Welles, como si a Orson Welles le hubieran dado premios y palmaditas en la espalda en 1938, después de la histeria colectiva desatada por la lectura radiofónica de La guerra de los mundos. Esta vez no había riesgo de suicidios ni de infartos. No era nuestra integridad física lo que estaba en peligro, sino nuestra fe y nuestro amor propio. Nuestra fe en los medios de comunicación y el amor propio que nos hace creernos más listos de lo que somos, perfectamente capacitados para detectar cuándo la información está sesgada o manipulada.
Lo curioso es que, cuando nos preguntan, solemos expresar desconfianza hacia los medios. Nosotros no nos creemos todo lo que vemos por la tele, no. Son otros los que muerden el anzuelo: los vecinos, los del pueblo tal o el barrio cual… ellos son los que se dejan tomar el pelo. Según datos reunidos por Sergio Roses, investigador de la Universidad de Málaga, un 76,2% de los españoles desconfía de la imparcialidad de los medios. El barómetro de marzo de 2013 del CIS situó a los periodistas como la segunda profesión menos valorada. En Estados Unidos, los indicadores de confianza son aún peores.
Sorprendentemente, cuando por fin un programa les da la razón, esta masa de escépticos, en vez de exclamar “¡te lo dije!”, va y se rasga las vestiduras. ¿Por qué?
Ha querido la casualidad que esta semana, precisamente, estemos trabajando una asignatura sobre credibilidad en el Postgrado en Comunicación y Periodismo Digital de IEBS. Operación Palace, cómo no, nos ha venido como anillo al dedo. Estamos aprovechando para recordar otros antecedentes, como Operación Luna (2002) o el malogrado programa Camaleó (1991), que en su día costó el empleo a varios trabajadores de Televisión Española.
Mis alumnos, todos ellos periodistas, no han tardado en señalar que la gran baza del falso reportaje de La Sexta es el plantel de políticos y periodistas famosos que se han prestado a la farsa. Évole conoce bien el principio de autoridad y lo ha sabido utilizar para ganarse la confianza del espectador. Es improbable que un colectivo tan dispar de celebridades vuelva a ponerse de acuerdo para mentir descaradamente ante una cámara. Pero el equipo de Évole emplea otros recursos que deben preocuparnos más. Dominan todos los códigos narrativos del documental, que aportan al género su aura de credibilidad: testimonios sabiamente intercalados, espacios que evocan respetabilidad (salas suntuosas, paredes con libros, etc…), fotografías antiguas, metraje real sacado de contexto, una voz en off grave, solemne y masculina. Además, juegan con los principios de presunción y de familiaridad. Saben que confiamos más en aquello que estamos predispuestos a creer, y que creemos más fácilmente aquellas historias que ya hemos oído antes. Salvo detalles casi cómicos, como la elección de Garci para orquestar la emisión del golpe o los motivos que conducen a rechazar a Flotats, Évole y sus guionistas no dicen nada nuevo. Los rumores que implican al rey Juan Carlos en la organización del 23F son antiguos. Horas antes de la emisión del falso documental, en las redes sociales se multiplicaban ya los comentarios de ciudadanos corrientes que apoyaban teorías conspiratorias. En 2001, el ex militar Amadeo Martínez Inglés publicó un libro titulado 23F. El golpe que nunca existió. Todavía es posible descargar una versión gratuita de este libro en el blog del autor.
Amadeo Martínez Inglés expuso su teoría del falso golpe del 23F hace más de una década, con absoluta seriedad y con la firme voluntad de que le creamos. Jordi Évole escenificó la misma teoría, o una muy semejante, durante una hora y después nos confesó que era un montaje para hacernos reflexionar. ¿A quién de los dos linchamos? A Évole, naturalmente.
El problema es que Operación Palace desvela nuestras vulnerabilidades, pero no nos ofrece el remedio. No nos vende un antivirus que nos permita roncar a pierna suelta por las noches, sabiendo que todo lo que vemos y todo lo que leemos es perfectamente veraz. No nos garantiza que seremos capaces de destapar el próximo bulo, sobre todo si se nos presenta de manera más sutil, entremezclado con medias verdades. No nos inmuniza contra las falsedades informativas más frecuentes, que no son fruto de la maldad manipuladora de un Goebbels ni de las travesuras de un Évole, sino de simples imprecisiones involuntarias de unos periodistas que trabajan cada vez con más presión y menos tiempo para contrastar. El único antídoto posible contra el manantial de la infoxicación es beber de muchas fuentes, compararlas entre sí, rastrear el origen de la información replicada, leer mucho, pensar mucho, aprender, formar a nuestros hijos en el escepticismo sano y crítico, darles cultura y herramientas para decidir con criterio, para que no les cuelen muchos goles. Todo eso da pereza, claro. Representa esfuerzo y trabajo. Unos lo pondrán en práctica. Otros seguirán prefiriendo matar al mensajero.
¡Gracias, Aida! Me ha parecido interesantísimo el artículo de Delia Rodríguez. Me lo voy a guardar por si podemos sacarle partido para un debate en próximas ediciones del Postgrado.
Los mensajeros estamos bastante acostumbrados a morir y renacer cada día. De hecho, Évole ha sido plenamente consciente de que iba a recibir un buen puñado de palos por su fantástico experimento, y eso no le asustó a la hora de ponerlo en marcha. Pero a menudo esa crítica fácil por parte de la audiencia acaba minando la moral del periodista, que opta por evitarla, aun a riesgo de rebajar la calidad de sus informaciones. Tal vez éste sea otro debate… Pero es muy interesante este artículo de Delia Rodríguez titulado «El periodista que ha escrito esto no tiene ni idea»
http://www.cuadernosdeperiodistas.com/el-periodista-que-ha-escrito-esto-tiene-ni-idea-o-el-problema-de-los-comentarios-en-los-medios/
Una buena reflexión que comparto. ¡¡Gracias!!
¡Gracias, Ana!